DOCE HORAS
Son las 5:00 p.m. y es el momento preciso para el café que
indica un día finalizado. Han pasado muchas cosas desde que me levanté y ahora
que lo pienso no soy la misma de cuando esta mañana el primer rayo de Sol se
filtró por entre la cortina de mi habitación. Un pequeño tinto fue quien me
dijo “buenos días” mientras recogía del suelo el periódico con las noticias del
mundo exterior. Pensé: ¿Para qué se sigue utilizando este medio tan anticuado
si las puedo leer por internet? Así que lo coloco encima de la mesa que hace de
comedor y que carga unas frutas que esperan su momento para una orgía frutal,
esa mezcla única donde pedacitos de una están con la otra, se acompañan, se
entregan, se huelen, se piensan, se acarician. Todo ocurrirá cuando sea el
tiempo, por ahora, miro el reloj del computador, mi compañero inseparable y
segundo más fiel que mi perro Fito, quien a propósito debo sacar a pasear y
descubro la hora 5:15 a.m. Con todo esto en mi cabeza, más los parciales de la
universidad encima, mi novio molestando al otro lado de la línea, “¡Dios! ¡Que
se vaya a trabajar rápido!”, me rió de lo que se me pasó por la cabeza y dejo
el vasito del tinto en el lavaplatos. Paso tan rápido como mi sueño y mi
conexión con la realidad me dejan hacia mi habitación y busco la ropa deportiva
para salir a trotar. 5:30 a.m. y ya tengo listo a Fito con su correa, meneando
su peluda cola en la puerta que me conecta con la gris realidad. Sé que si lo
pienso no salgo a trotar y me quedo dormida, así que salgo sin pensarlo dos veces,
ya vestida y lista, le pongo la correa a mi compañero de ejercicio, abrimos y
cerramos la puerta y vamos rumbo a la calle.
Son las 6:00 a.m. y nos encontramos en el parque trotando,
dándole monótonas vueltas a esa cancha sintética que ha sido testiga de
derrotas y victorias de guerreros deportivos. Noto que la cancha está un poco
envejecida pero pienso que es un efecto de luz y sigo trotando hasta las 7:00
a.m. y es cuando mi reloj así me lo
indica.
Tanto Fito como yo terminamos nuestra rutina de trote sin
problemas cuando un escalofrío pasa por mi espalda en un instante. “Pareciera
que alguien me observa, mejor nos vamos”, esa mente tan ágil y rápida siempre
sacándome de problemas le envió un mensaje previo a mi cuerpo y cuando caí otra
vez en cuenta ya estaba subiendo las escaleras hacia mi apartamento. Noté que
las escaleras estaban algo diferente y no presté atención pues todavía seguía
atemorizada por ese sentimiento de persecución que sentí allá afuera. Después
de ingresar a mi apartamento, seguí con mi rutina normal, las frutas hicieron
de las suyas en el envase, desayuné e hice el resto de menesteres diarios que
corresponden previos a irme hacia la universidad. Tengo que confesar que noté
el aire un poco pesado junto con ese sentimiento de miedo pero no había
prestado mucha atención a eso. Le dejo comida a mi perro y finalmente antes de
irme, miro nuevamente el reloj: 8 y 30, es la hora perfecta para llegar a clase
de nueve. Recojo mi computador personal mi maleta y me aseguro que todo quede
bien y en su orden… “¡Cómo extraño ver a las frutas en su canasta, tan
inocentes pero seguras de su destino!” Y con ese pensamiento nostálgico, ya
estoy nuevamente afuera, en la gris realidad que lo único que le daba color
ahora se encontraba oculto, y estaba vez las nubes era más grises que de
costumbre. “Es probable que llueva, menos mal tengo sombrilla en el carro sólo
por si acaso” y así, ingreso en él.
Me doy cuenta al irme de ahí que todo se siente más extraño,
y mientras pienso eso voy manejando por la ruta acostumbrada. Al ingresar a la
universidad, no piden el carné ni me saludan como comúnmente lo hacían, sólo
ingreso y dejo mi carro en el puesto correspondiente. Nuevamente pasa ese
escalofrío por mi espalda, “alguien me sigue” se me vuelve a pasar por la mente
y rápidamente entro a clases. Me doy cuenta que soy la única y ni mis amigas ni
nadie están por ahí, las llamo y nadie responde todos los números suenan “Sistema Correo de Voz”,
así que a cada una les dejé un mensaje y me siento a esperar en la cafetería a
que llegue la siguiente clase.
“¿Por qué nadie me mira ni me saluda? ¿Acaso estoy mal
vestida o que pasó?” Y mientras estoy
divagando veo al final de la cafetería, en una mesa que nunca me gustó a un
niño que me observa fijamente, cómo si él me conociera. Es una mirada
tenebrosa, así que no lo miro más y cuando subo nuevamente la cabeza, él ya no
se encontraba allí. “Y saber que me toca clase hasta las 12” y con ese
pensamiento decidí irme a la biblioteca. Allá me quedé estudiando algunos apuntes
que tenía del día anterior y me detuve otro momento para pensar: “Acá está más
frío que de costumbre, no hay casi gente y los pocos que hay es como si
estuvieran aburridos, ¿qué sucederá?” De repente una parte de mí me dice que
salga corriendo de ese lugar, que me dirija nuevamente a la cafetería y que
busque al niño, a lo mejor tiene algo que ver en esto.
Con esa búsqueda tan incesante olvidé que tenía clase de 12 y
para cuando miré mi reloj ya eran las dos de la tarde. El clima no era el
mejor, seguía tan gris y lúgubre que no podía estar feliz y sin saber entré en
angustia, la ansiedad me corría por la sangre, cerré un momento los ojos y
cuando los volví a abrir allí estaba, el niño de ojos negros y mirada
escabrosa, siniestra, tenebrosa, estaba ¡AL FRENTE MÍO! Me tomó de la mano y me
llevó hacia un sitio donde estaba justamente el periódico que no había visto en
la mañana por estar pensando en otras cosas; y en él, se leía el titular:
“TERREMOTO ARRASA CON UNA CIUDAD ENTERA”. Un sentimiento de tristeza y agobio
me entró de repente en el corazón, mis sentimientos se entrecruzaron y mis ojos
enfocaron terriblemente la imagen de la primera plana: La foto mostraba mi
edificio en ruinas. Abrí estrepitosamente mis ojos, anonada y sin más que decir
miré a ese niño que con tristeza me había dado la espalda y emprendió su
camino, perdiéndose en la esquina del bloque A.
Miro el reloj y ya son las 4 de la
tarde, no debo porqué estar más en la universidad y horrorizada me voy hacia mi
carro y tan pronto como me es posible salgo del alma mater hacia mi hogar, no
puedo creer lo del terremoto, no puedo creer que todo haya pasado de un día
para otro y yo esté viva que haya trotado, desayunado, haber hecho tantas cosas
y luego pasarme esto, tengo que estar segura. Así que cuando llego donde vivo,
nada está como estaba esta mañana cuando troté con Fito y mientras observaba no
me di cuenta que había alguien en la vía, intento frenar y… ¿Lo atravesé como
si nada? Freno, me bajo y trato de ir hacia esa persona, su uniforme me muestra
que es de la Cruz Roja, lo intento tocar y no puedo, veo a mis vecinos en la
distancia y todos lloran. Al parecer soy la última que me entero de lo
sucedido. Observó mi reloj nuevamente y veo que son las 5:00 p.m. y es la hora
del café. Un suspiro, cierro mis ojos, los abro y estoy en mi apartamento, con
un tinto en la mano y mirando hacia el horizonte, agacho mi cabeza y llego a la
escabrosa conclusión: Estoy muerta.
SHELIDETH FERNÁNDEZ