Corría
y corría sin descansar, crucé rápidamente la calle sin mirar hacia los costados
y de pronto una luz me percató que había cometido el error más grande de mi
vida. Era un automóvil blanco, sin placas, último modelo, tenía unos vidrios
polarizados negros y frenó frente a mí. Aún más aterrorizado quise correr y
sentí algo que me golpeó fuertemente la espalda. Fueron mis últimos momentos como ser humano,
o bueno, si era eso a lo que podía llamar vida de humano. Recuerdo sus gafas
oscuras, una piel semitransparente y tenían una delgada línea que simulaba ser
su boca. Altos, delgados y se notaba a leguas que no eran de este lugar, unos
vestidos oscuros que los hacía parecer humanos y olían… No recuerdo bien, pero se
camuflaban en una especie de esencia barata. Detenido completamente, traté una
vez más de correr pero mientras pensaba esto, la ventana del copiloto descendió
rápidamente y de allí una mano alargada y casi gris con una especie de aparato
fue lanzado hacia mí. Recuerdo que era como un led rojo dirigido hacia mí.
Traté de esquivarlo pero era demasiado tarde, aparecieron de repente unos
tentáculos luminosos que me sujetaron fuertemente casi hasta el asfixio. Antes
de quedar inconsciente, sus palabras en mi mente aparecieron diciéndome al
unísono: “Te dejaremos libre ‘humano’, pero todavía no es tu tiempo, aún no
estás listo”. Y fue cuando mis ojos se cerraron.
Al
despertar, me di cuenta que estaba en el mismo lugar de donde me había ido,
pero al fondo, había algo que me dejó asombrado: La Tierra en todo su esplendor
se divisaba y a su derecha se encontraba la Luna. - Esto no está nada bien –
pensé, - Debo intentar nuevamente soltarme de… - mi pensamiento titubeó un
instante al darme cuenta que no había nada más que una máquina sosteniendo mi
cabeza. – ¡Mi Cuerpo! - grité. - ¿Dónde está mi cuerpo?- Miré desesperadamente
donde estaba y sólo encontré mesas vacías, cuerpos de animales mutilados y un
silencio sepulcral profanado por mi grito. De repente, una voz gruesa, de
ultratumba, como si fuera el bramido del viento cuando se filtran en las
ventanas, como el bramido de un toro exclamó: “¡Humano!, has sido traído aquí
para contemplar el fin de tu raza y el comienzo de una nueva”, y continuó: “Has
sido un problema para ‘nosotros’ pero nos hemos encargado ya de tu cuerpo, como
lo habrás notado”. - ¿Por qué?, ¿Por qué
a mí? ¡Déjenme ir! – Con una risa irónica, fingida y muy metálica me respondió:
“¡JA JA JA! ¡Sabemos que quieres volver a tu ‘hogar’ si se le puede llamar así,
y lo harás, pero tú serás su perdición!”. Hubo silencio. Estaba frío y
completamente indefenso, a completa merced de su tecnología y sus aberraciones.
De pronto, una luz me cegó completamente, sólo escuchaba respiraciones por
donde me encontraba y sin más, desperté escribiendo esto. Así empezó todo.
Shelideth Fernández
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