miércoles, 14 de marzo de 2012

Short Stories / Cuentos Breves


Corría y corría sin descansar, crucé rápidamente la calle sin mirar hacia los costados y de pronto una luz me percató que había cometido el error más grande de mi vida. Era un automóvil blanco, sin placas, último modelo, tenía unos vidrios polarizados negros y frenó frente a mí. Aún más aterrorizado quise correr y sentí algo que me golpeó fuertemente la espalda.  Fueron mis últimos momentos como ser humano, o bueno, si era eso a lo que podía llamar vida de humano. Recuerdo sus gafas oscuras, una piel semitransparente y tenían una delgada línea que simulaba ser su boca. Altos, delgados y se notaba a leguas que no eran de este lugar, unos vestidos oscuros que los hacía parecer humanos y olían… No recuerdo bien, pero se camuflaban en una especie de esencia barata. Detenido completamente, traté una vez más de correr pero mientras pensaba esto, la ventana del copiloto descendió rápidamente y de allí una mano alargada y casi gris con una especie de aparato fue lanzado hacia mí. Recuerdo que era como un led rojo dirigido hacia mí. Traté de esquivarlo pero era demasiado tarde, aparecieron de repente unos tentáculos luminosos que me sujetaron fuertemente casi hasta el asfixio. Antes de quedar inconsciente, sus palabras en mi mente aparecieron diciéndome al unísono: “Te dejaremos libre ‘humano’, pero todavía no es tu tiempo, aún no estás listo”. Y fue cuando mis ojos se cerraron.
Al despertar, me di cuenta que estaba en el mismo lugar de donde me había ido, pero al fondo, había algo que me dejó asombrado: La Tierra en todo su esplendor se divisaba y a su derecha se encontraba la Luna. - Esto no está nada bien – pensé, - Debo intentar nuevamente soltarme de… - mi pensamiento titubeó un instante al darme cuenta que no había nada más que una máquina sosteniendo mi cabeza. – ¡Mi Cuerpo! - grité. - ¿Dónde está mi cuerpo?- Miré desesperadamente donde estaba y sólo encontré mesas vacías, cuerpos de animales mutilados y un silencio sepulcral profanado por mi grito. De repente, una voz gruesa, de ultratumba, como si fuera el bramido del viento cuando se filtran en las ventanas, como el bramido de un toro exclamó: “¡Humano!, has sido traído aquí para contemplar el fin de tu raza y el comienzo de una nueva”, y continuó: “Has sido un problema para ‘nosotros’ pero nos hemos encargado ya de tu cuerpo, como lo habrás notado”.  - ¿Por qué?, ¿Por qué a mí? ¡Déjenme ir! – Con una risa irónica, fingida y muy metálica me respondió: “¡JA JA JA! ¡Sabemos que quieres volver a tu ‘hogar’ si se le puede llamar así, y lo harás, pero tú serás su perdición!”. Hubo silencio. Estaba frío y completamente indefenso, a completa merced de su tecnología y sus aberraciones. De pronto, una luz me cegó completamente, sólo escuchaba respiraciones por donde me encontraba y sin más, desperté escribiendo esto.  Así empezó todo.
Shelideth Fernández 

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